miércoles, 13 de junio de 2012

Juancito Varela, La Leyenda (Por Ariel Rodríguez)



Ese fin de semana de abril nos escapamos de la ciudad y cumplí con una promesa que llevaba unos diez años postergando por un motivo u otro. Me fui a visitar a un amigo de esos que la vida te regala, de esos que volverías a elegir mil veces mas. Yo creo que los amigos son la familia que uno elige. Los hermanos que te da la vida en vez de tus viejos.

Cuando llegamos a El Trébol lo primero que me llamó la atención era la paz que se podía respirar en el aire del lugar. La limpieza de sus calles. Las ventanas sin rejas, las bicicletas sin candado. Parecía que había entrado a otra época mas que a otra ciudad. Volví a ver gente tomando mates desde la tardecita hasta entrada la noche en la puerta de sus casas, algo que en mi memoria casi había desaparecido.

Al otro día, por la mañana, Pablo me invitó a conocer el club donde sus dos hijos juegan al fútbol. En el pueblo hay dos clubes importantes que juegan en la liga Departamental de fútbol San Martín. Uno es El Expreso y el otro es Trebolense, hacia donde nos dirigíamos con mi amigo. De mas está decir que entre estos dos equipos hay una rivalidad que ni siquiera la tienen los equipos grandes de primera división. El odio que se vive en los clásicos es un odio que sale desde las entrañas. En un pueblo donde todos se conocen, donde todos saben vida y obra de todos, y es en esos eventos donde jugadores, dirigentes e hinchas de ambos bandos reciben a boca de jarro insultos irrepetibles y noticias de esas de las que el protagonista es el último en enterarse.

- Dos, el nueve se come a tu esposa, muerto!!! (este insulto tenía incluida la fecha, la hora y el lugar como para darle mayor credibilidad)

- Rojas, cambiate el apellido porque tu vieja cagaba a tu viejo con el Tito Lagussi.

De ese tenor eran algunos de los insultos que se propinaban, los cuales, eran tristemente ciertos.

La misma prolijidad que vi por las calles, era la que había dentro del club. Canchas de tenis, gimnasio de básquet, cancha de hockey y por supuesto varias canchas de fútbol.

Pero cuando entramos al bar de Trebolense sentí que había retrocedido treinta años en el tiempo. Me vi tomado de la mano de mi viejo entrando al Club Porteño, donde mi única preocupación era esperar el momento en que mi papá me invitara a tomar una Coca. Las baldosas negras y amarillas, desteñidas, con ese deslucimiento especial que solo te da el paso de los años. Y así debe ser. No imagino ni pretendo un bar con porcelanato italiano y sillas forradas con terciopelo.

En una esquina no menos mugrienta que el resto del salón había una vitrina de trofeos. El brillo del vidrio era casi nulo, lo que lo hacía mas bien esfumado que trasparente. Se me vino a la cabeza el día que volví al Porteño después de una hepatitis que me tuvo dos meses en cama, tenía seis años. Cuando entré todos me aplaudieron como si hubiese venido de ganar un campeonato de bochas o algo así. Me acuerdo que me regalaron un trofeo que era mas alto que yo, dorado, con columnas azules y unos entrepisos como de un mármol color gris. En su cúspide tenía una figura; la imagen de un coloso rodeado de laureles. Brillaba por donde lo miraras, era hermoso. Seguramente ese trofeo valdría dos mangos pero la felicidad que sentía yo en ese momento no cabía en el planeta.

Cinco viejos jugaban Tute Cabrero en una de las mesas del fondo. Ni se dieron cuenta de mi presencia o me ignoraron completamente. Pablo saludó amigablemente, como lo hizo siempre, y nos acercamos a la barra. Mientras mi amigo contestaba -como si estuviera en su consultorio- un par de preguntas que le hacía el conserje por unas dolencias en el pecho, yo miraba las fotos enmarcadas con los distintos equipos de fútbol que habían formado la rica historia del club.

Pablo me miró y con sus ojos claros señaló a un viejo de unos ochenta y tantos años que estaba acodado al mostrador. Cuando muevo la cabeza y logro advertirlo, Pablo me dice:

- Este es Juancito Varela… sabés lo que jugaba este? Un crack.

Solamente hice un gesto con mi rostro como pidiendo una afirmación de sus dichos. Miré nuevamente las fotos como esperando que me dijera en cual de ellas estaba pero me dijo que no estaba en ninguna. No entendí por qué.

- Acá en El Trébol dicen que era mejor que Maradona y Pelé juntos.

- ¿Para tanto? –dije un poco incrédulo.-

- Vení, boludo, mirá…

Me hizo seguirlo hasta una mesa ocupada por unos tipos. Eran cuatro gringos de mejillas coloradas, fornidos, de unos cincuenta o sesenta años. Me presentó como un amigo de la infancia e inmediatamente me extendieron su mano firme –dolorosamente firme, diría yo- mostrándome su amistad. No tuve dudas de que eran campesinos del lugar, tal vez por su piel curtida por el sol o por la exagerada fortaleza de sus manos

Nos sentamos con ellos y Pablo, con una sonrisa pícara dice:

- Le contaba a mi amigo de Juancito Vare…

Antes de que terminara de decir el apellido uno de los gringos lo interrumpe.

- Varelita… sabés lo que jugaba ese? Un crack…

Hice exactamente el mismo gesto que en la barra. Esa morisqueta con el mentón hacia adelante, las cejas hacia arriba y la cabeza con un leve movimiento de arriba hacia abajo como diciendo: Mirá vos… - ¿y que carajo iba a decir ante esas afirmaciones?-

- Pibe, yo te voy a contar. Este tipo fue el mejor futbolista que existió en la historia del fútbol mundial. Lo que pasa es que era vago, no se dedicó. Siempre le gusto la joda. Dicen que tenía una pinta que las minas se meaban encima con solo verlo pasar por la plaza del pueblo. Yo no lo vi jugar eh… pero mi viejo (que tampoco lo vio jugar) siempre decía que cuando Juancito tenía unos seis o siete años ya era distinto, un iluminado y que una vez hizo tantos goles en un partido, que el referí lo suspendió porque los otros nenes lloraban por el baile que les estaba dando. Nadie sabe como salió ese partido. Hasta el árbitro perdió la cuenta. Una locura. Algunos decían que no corría, que flotaba por encima del verde césped. Que dos ángeles alados lo trasladaban por toda la cancha para que no se ensucie los botines. Lástima su rodilla, siempre la tuvo cagada, por eso no quería entrenar, para no lesionarse al pedo. Los técnicos le decían que si no entrenaba en la semana nunca iba a jugar un domingo. Pero Varelita era así, tenía la rebeldía de los grandes, viste. En toda la liga se había corrido la bola de que Trebolense tenía un jugador fuera de serie. Nos tenían terror cada vez que nos enfrentaban. Y no sabes la cara de alivio y alegría que ponían los rivales cuando se enteraban q Varelita no jugaba contra ellos. Claro, si jugaba les pintaba la cara. Lo venían a buscar de todos lados eh, así, sin verlo jugar nomas, no hacía falta, la fama había llegado hasta los clubes de primera y todo. No se cuántas ofertas nos hicieron por su pase. Pero Juancito nunca quiso irse de acá, es un tipo raro, de pueblo, medio chúcaro. Los del Expreso estaban aterrorizados porque se enteraron de que el técnico lo iba a poner igual aunque nunca lo vio en un solo entrenamiento. El pueblo, el día del clásico, se había preparado como para una fiesta. Los hinchas de El Expreso tenían un cagazo padre pero los hinchas de Trebolense estábamos como locos sabiendo del pesto que les íbamos a dar a los muertos esos porque jugaba nuestro crack. No había nadie en el club que no pasara por al lado de Juancito y le dijera:

- hoy si Varelita eh…

Él los miraba medio de reojo y no les decía nada, siempre fue igual, medio tímido tal vez. La cuestión que un par de horas antes del partido Juancito estaba en esa mesa que ves ahí. Tenía un pedo como para catorce. Lo tuvieron que llevar entre cuatro hasta la casa y dejarlo en la catrera porque no podía ni moverse, estaba como desmayado. De eso nos enteramos mucho después. Ese día dijeron que estaba jodido de la rodilla y que por eso no iba ni al banco, viste.

Debo haber escuchado a una docena de viejos, los cuales cada vez que comenzaban su relato me decían en tono casi melancólico:

- Juancito Varela ¿Sabés lo que jugaba ese? Un crack.

Era como que después de decir ese nombre tenían que decir obligatoriamente esa frase en forma de pregunta con respuesta incluida.

Casi me contagio del entusiasmo con que los escuchaba mi amigo y otros muchachos que se fueron agregando a la conversación. Cuando se hablaba de Juancito Varela era como si se hablara de San Martín, de Belgrano, como si se hablara de un prócer. Es más, en la puerta del club hay una estatua, de unos dos metros y medio de altura, de un tipo pateando una pelota en cuya base, con letras grabadas a mano, dice: “Juan Carlos Varela, La Leyenda.”

Reconozco que no fue muy buena idea preguntar si alguno lo había visto jugar. Todos hacían unos relatos exquisitos pero a su vez, todos empezaban el relato con un “dicen” o “cuentan” o “me contaron”. Mi forma de interrogar casi intimidatoria no cayó muy bien entre los muchachos del bar. Pero ninguno en todo el lugar pudo responder que había visto jugar a Varelita y ninguno de ellos conocía a nadie que lo hubiera visto jugar.

El conserje dio un golpe en el mostrador y dijo:

- Pibe, Juancito Varela fue el mejor de todos, no existió un jugador como ese en toda la historia de fútbol, en todo el mundo, en todo el universo… ¿Entendés? Varelita fue algo nunca visto… y no se habla mas.

Me quedé callado, como todos a mi alrededor, prefiriendo no seguir con la discusión para no poner en riesgo mi integridad física y la de mi amigo, que iba a cobrar por el solo hecho de estar conmigo. Sólo repetí en voz baja, casi con el pensamiento, las últimas palabras del conserje: “fue algo nunca visto”. Justamente porque no lo vio nadie en realidad. Era un mito viviente, una leyenda que con el pasar de los años incorporó nuevas gambetas, caños y rabonas, pero que nunca sucedió. Un hermoso recuerdo de algo que no fue.

Juancito Varela, la única gloria del club que nunca se despidió del fútbol… y que nunca debutó.

2 comentarios:

  1. GRACIAS MARIANO POR PUBLICAR, GRAFICAR Y COMPARTIR ESTE CUENTO QUE NOS ACERCA A LAS VIVENCIAS DE LOS PUEBLOS CON RESPECTO AL DEPORTE MAS HERMOSO DEL MUNDO. UN ABRAZO, MUY BUEN BLOG

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  2. muy bueno,
    cosa de pueblo

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Se puede opinar pero sin ofender la moral y las buenas costumbres. Gracias