Análisis sobre el texto “Chicos en banda” (de Silvia Duschatzky y Cristina Corea ). El libro es el producto de una investigación realizada durante los años 2000 y 2001 en el marco de un convenio entre la Unión de Educadores de la provincia de Córdoba y la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales ( FLACSO).
Intenta pensar la situación de la escuela en una coyuntura singular, a partir del declive de las instituciones en tiempos de fragmentación. Trata de pensar qué estatuto tiene la escuela en la subjetividad de unos chicos para los que la escuela ya no es la llave para alcanzar el futuro, ni un lugar de fuerte inscripción .
Intenta pensar la situación de la escuela en una coyuntura singular, a partir del declive de las instituciones en tiempos de fragmentación. Trata de pensar qué estatuto tiene la escuela en la subjetividad de unos chicos para los que la escuela ya no es la llave para alcanzar el futuro, ni un lugar de fuerte inscripción .
El
concepto principal de “Chicos en banda” es el de expulsión social. Las autoras
utilizan éste término en vez de hablar de exclusión social, a lo cual refieren
que la exclusión pone el acento en un estado: estar por fuera del orden social,
en el que se encuentra el sujeto, mientras que la idea de expulsión, refiere a
la relación entre ese estado de exclusión y lo que lo hizo posible. Mientras el
excluido es un producto, un resultado de la imposibilidad de integración, el
expulsado es resultado de una operación social, una producción; más que
denominar un estado cristalizado por fuera, nombra un modo de constitución de
lo social.
Sostienen
así, que la expulsión social produce un “des-existente” (desaparecido). El
expulsado pierde visibilidad, nombre, palabra; ha entrado en el universo de la
indiferencia, transitando por una sociedad que parece no esperar nada de él.
Algunos
de los indicadores o rastros de expulsión social que consideran relevantes son
la falta de trabajo, violencia, falta de escolarización, ausencia de protección
social, supervivencia que roza con la ilegalidad, disolución de vínculos
familiares, drogadicción, etc. Pero como esto no dice nada de los sujetos,
plantean diferencias entre actos o datos reveladores de la expulsión y prácticas de subjetividad,
es decir, operaciones que pone en juego el sujeto en esa situación de
expulsión. Estas prácticas permiten rastrear las operaciones que despliegan los
sujetos en situaciones límites y las simbolizaciones producidas.
Las
formas de producción de subjetividad no son universales, ni atemporales, sino
que se inscriben en condiciones sociales y culturales especificas. Una de estas
nuevas condiciones en que se encuentran los sujetos es la alteración
fundamental del suelo de constitución subjetiva: el desplazamiento del
Estado-nación, por el Mercado. Destacan que ya no se trata de ciudadanos sino
de consumidores. El mercado solo se dirige a un sujeto que tiene derechos de
consumidor. El consumo no requiere la ley ni los otros, dado que es en la
relación con los objetos y no con el sujeto, donde se asienta la ilusión de
satisfacción. Así, el mercado instituye, para consumidores y no consumidores,
un nuevo ideal del yo; satisfacción del deseo a partir del consumo de objetos.
¿Qué
relación se puede establecer entre las nuevas condiciones de legitimidad
instaladas por el mercado y la violencia? Para las autoras se comparte la
peculiaridad de nombrar al sujeto a expensas de la ley.
La
violencia se presenta como un modo de relación que aparece en condiciones de
impotencia instituyente de la escuela y la familia, en una época en que parecen
haber perdido potencia enunciativa los discursos de autoridad y el saber de los
padres y maestros, que tuvieron la capacidad de interpelar, formar y educar en
tiempos modernos. Se advierte así la destitución simbólica de las instituciones
tradicionales.
Cuando
la ley simbólica, en tanto límite y posibilidad, no opera, el semejante no se
configura. Si la ley no opera como principio de interpelación, tampoco opera la
percepción de transgresión. Así la violencia no es percibida como tal, en tanto
no hay registro de un límite violado. Se trata, en cambio, de una búsqueda
brutal y desorientada del otro en condiciones en que el otro no es percibido
como límite.
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